La Raclette 2
Pequeño prólogo erudito:
La historia de la cocina comienza el mismo día que el hombre aprendió a dominar el fuego y a utilizarlo como elemento transformador de los alimentos. Pasar del frío al caliente, del crudo al no crudo, significó para nuestro antepasado dejar de ser un mísero atapuerco y convertirse en un homo sapiens, hombre con saber y con sabor, un homo sápido y sabio, por lo menos para lo que entonces había suelto por ahí. Y desde entonces, el secreto de cocinar se ha dividido en dos grandes disciplinas: el arte de cocer y el arte de asar. O lo que es lo mismo, calentar el alimento en compañía de líquido (agua, aceite o grasa) o por el contrario dejarlo solo ante el calor, para que se haga en su propia sustancia. Estas dos formas, bien diferentes, de cocinar exigían dos formas, también diferentes, de manejar el fuego: Para cocer, fuego abajo. Para asar, fuego arriba.
Lo peor de todo.
De entrada, hemos de admitir que el único defecto de la Raclette es su nombre. Una auténtica caca de nombre. Evidentemente es francés y suena a mariconada. (Oye, cariño, ¿quieres que te haga una raclette en la trasera del coche?) Eso es lo malo que tienen los franceses: hacen cosas geniales, pero las nombran fatal. Yo la llamo Raclé que recuerda a guitarrista gitano: (Seguidamente escucharemos unas bulerías del Puerto en la voz de Enrique Morente, acompañado a la guitarra por Raclé de Algeciras.) Mi hija Paula la llama raglete con ge de gemido, y Carlos la acaba de joder, al traducir del francés literalmente y la ha llamado reglita. Un desastre. Pero es un detalle nimio, sin trascendencia alguna. Por ejemplo, si la chica está buenísima y se llama Policarpa, te enamorarías de ella, ¿no es cierto, Carlos? Efectivamente, no es cierto. Sigamos. No la llamemos Raclette, llamemosla, simplemente Ella.
Lo mejor de todo.
Corriendo un tupido velo por el puto nombre de la cosa, lo mejor de todo es todo lo demás.
Primero. Ella es una cocina completa que no está en la cocina sino en el centro de la mesa, porque lleva calor propio, vía enchufe. (Los cucudrulus que habitan en el pantano de platos fangosos ahora nos miran con envidia, porque no pensamos entrar más en ese reducto infame que comenzó llamándose cocina y ahora es un cubo de basura en forma de habitación, una vez que hayamos solucionado, claro está, el pequeño, pero esencial detalle de trasladar el frigo al comedor, porque es su sitio natural)
Segundo. En Ella pueden cultivarse a la vez las dos grandes disciplinas del arte de los fogones: Asar y cocer. Porque Ella está caliente por dos sitios distintos a la vez. Por abajo, dando calor a una piedra o plancha, para que puedas cocer o freír lo que quieras y por arriba, convirtiéndose en un horno al grill que lo asa todo. (A poco que cojas el puntito, el Arguiñano se va al carajo)
Tercero: Ella soluciona, ¡milagro de milagros de la simplicidad del huevo de Colón! un grave problema del que todos hemos sido víctimas: Cómo no tomar fríos los últimos trozos de ese inmenso filete a la plancha, a no ser que lo devores como un pavo, y no participes en la conversación de tus comensales. Porque Ella, en vez de pantagruélicos platos, delicadamente, con mucho mimo, te prepara, bien por arriba, bien por abajo, pequeños bocaditos, bocatini di Cardinali, y lo que comes, lo comes bien caliente, que te da más gusto.
Cuarto. A estas alturas de la copla, te habrás dado cuenta de que si, estando ella, alguien pone platos, seguro que será un vicioso del Mistol, porque, en realidad, ni puta falta que hacen. De la plancha, al gaznate, del grill a la boquita de piñón. Y ya puestos, ¿para qué esa mierda de tenedor abultando en la mesa? ¡Palillos! ¡Fabulosos palillos higiénicos envueltos en su papelito que no te cuestan ni un euro porque los robas de la cafetería! ¡Sanos, asépticos, desinfectados, desratizados palillos, sin restos de lametones de cucudrulus ansiosos que acaban de dejar de serlo, porque han comprobado el futuro que se les viene encima, o debajo, y ya se están haciendo el harakiri en la cocina!
-Pero la Raclette hay que lavarla.
-Te has pasado, listillo. No lo recomiendan. Lo dice bien claro el libro de instrucciones. Las diferencias bruscas de calor pueden romper la piedra de la plancha, el agua puede dañar las resistencias. Hay que dejar que la cosa se enfríe lentamente. ¡Excusa genial, coartada perfecta! Al día siguiente, la puñetera resaca te impide ver si Ella está limpia o sucia, solo te interesa que esté caliente, la enchufas, rascas un poco con la paleta para que no se diga, y verás cómo Ella, siempre solícita, dejará que le hagas encima una hamburguesa, mientras abajo, con su fuego interno, va derritiendo lentamente el queso de tu pan. ¡Y qué se joda Mc Donald!
Conclusión:
En resumidas cuentas, si ella se olvida de que entres la cocina, si ella te permite que pases de lavar platos y cubiertos, si ella te cocina cómodamente en el comedor y encima, o debajo, te lo hace con las tres bes, bueno bonito y barato....¡Ella no es un electrodoméstico! ¡Es un chollo!
¿A qué esperas para casarte con ella?
La historia de la cocina comienza el mismo día que el hombre aprendió a dominar el fuego y a utilizarlo como elemento transformador de los alimentos. Pasar del frío al caliente, del crudo al no crudo, significó para nuestro antepasado dejar de ser un mísero atapuerco y convertirse en un homo sapiens, hombre con saber y con sabor, un homo sápido y sabio, por lo menos para lo que entonces había suelto por ahí. Y desde entonces, el secreto de cocinar se ha dividido en dos grandes disciplinas: el arte de cocer y el arte de asar. O lo que es lo mismo, calentar el alimento en compañía de líquido (agua, aceite o grasa) o por el contrario dejarlo solo ante el calor, para que se haga en su propia sustancia. Estas dos formas, bien diferentes, de cocinar exigían dos formas, también diferentes, de manejar el fuego: Para cocer, fuego abajo. Para asar, fuego arriba.
Lo peor de todo.
De entrada, hemos de admitir que el único defecto de la Raclette es su nombre. Una auténtica caca de nombre. Evidentemente es francés y suena a mariconada. (Oye, cariño, ¿quieres que te haga una raclette en la trasera del coche?) Eso es lo malo que tienen los franceses: hacen cosas geniales, pero las nombran fatal. Yo la llamo Raclé que recuerda a guitarrista gitano: (Seguidamente escucharemos unas bulerías del Puerto en la voz de Enrique Morente, acompañado a la guitarra por Raclé de Algeciras.) Mi hija Paula la llama raglete con ge de gemido, y Carlos la acaba de joder, al traducir del francés literalmente y la ha llamado reglita. Un desastre. Pero es un detalle nimio, sin trascendencia alguna. Por ejemplo, si la chica está buenísima y se llama Policarpa, te enamorarías de ella, ¿no es cierto, Carlos? Efectivamente, no es cierto. Sigamos. No la llamemos Raclette, llamemosla, simplemente Ella.
Lo mejor de todo.
Corriendo un tupido velo por el puto nombre de la cosa, lo mejor de todo es todo lo demás.
Primero. Ella es una cocina completa que no está en la cocina sino en el centro de la mesa, porque lleva calor propio, vía enchufe. (Los cucudrulus que habitan en el pantano de platos fangosos ahora nos miran con envidia, porque no pensamos entrar más en ese reducto infame que comenzó llamándose cocina y ahora es un cubo de basura en forma de habitación, una vez que hayamos solucionado, claro está, el pequeño, pero esencial detalle de trasladar el frigo al comedor, porque es su sitio natural)
Segundo. En Ella pueden cultivarse a la vez las dos grandes disciplinas del arte de los fogones: Asar y cocer. Porque Ella está caliente por dos sitios distintos a la vez. Por abajo, dando calor a una piedra o plancha, para que puedas cocer o freír lo que quieras y por arriba, convirtiéndose en un horno al grill que lo asa todo. (A poco que cojas el puntito, el Arguiñano se va al carajo)
Tercero: Ella soluciona, ¡milagro de milagros de la simplicidad del huevo de Colón! un grave problema del que todos hemos sido víctimas: Cómo no tomar fríos los últimos trozos de ese inmenso filete a la plancha, a no ser que lo devores como un pavo, y no participes en la conversación de tus comensales. Porque Ella, en vez de pantagruélicos platos, delicadamente, con mucho mimo, te prepara, bien por arriba, bien por abajo, pequeños bocaditos, bocatini di Cardinali, y lo que comes, lo comes bien caliente, que te da más gusto.
Cuarto. A estas alturas de la copla, te habrás dado cuenta de que si, estando ella, alguien pone platos, seguro que será un vicioso del Mistol, porque, en realidad, ni puta falta que hacen. De la plancha, al gaznate, del grill a la boquita de piñón. Y ya puestos, ¿para qué esa mierda de tenedor abultando en la mesa? ¡Palillos! ¡Fabulosos palillos higiénicos envueltos en su papelito que no te cuestan ni un euro porque los robas de la cafetería! ¡Sanos, asépticos, desinfectados, desratizados palillos, sin restos de lametones de cucudrulus ansiosos que acaban de dejar de serlo, porque han comprobado el futuro que se les viene encima, o debajo, y ya se están haciendo el harakiri en la cocina!
-Pero la Raclette hay que lavarla.
-Te has pasado, listillo. No lo recomiendan. Lo dice bien claro el libro de instrucciones. Las diferencias bruscas de calor pueden romper la piedra de la plancha, el agua puede dañar las resistencias. Hay que dejar que la cosa se enfríe lentamente. ¡Excusa genial, coartada perfecta! Al día siguiente, la puñetera resaca te impide ver si Ella está limpia o sucia, solo te interesa que esté caliente, la enchufas, rascas un poco con la paleta para que no se diga, y verás cómo Ella, siempre solícita, dejará que le hagas encima una hamburguesa, mientras abajo, con su fuego interno, va derritiendo lentamente el queso de tu pan. ¡Y qué se joda Mc Donald!
Conclusión:
En resumidas cuentas, si ella se olvida de que entres la cocina, si ella te permite que pases de lavar platos y cubiertos, si ella te cocina cómodamente en el comedor y encima, o debajo, te lo hace con las tres bes, bueno bonito y barato....¡Ella no es un electrodoméstico! ¡Es un chollo!
¿A qué esperas para casarte con ella?
1 comentario
el fregar se va a acabar -