Ni Rioja ni Burdeos, ni Arguiñano ni Ferrán Adriá. ¡Raclette!
Queridos niños y niñas, pobres míos que habéis conseguido, a saber cómo, dormir en una cama que no esté en el piso de vuestros padres:
Queridos y amorosos niños y niñas que comprobáis ahora que ya es demasiado tarde, maldición, porque a cambio de esa cama vuestra, solo vuestra y de los que queráis meter en ella, tenéis que apechugar con los daños colaterales, porque esa cama resulta que está en un piso que hay que pagar.
Queridos niños y niñas que habéis sacrificado todo en aras de esa independencia: yo soy yo y mi cama, o mi circunstancia que para el caso da igual.
Queridos niños y niñas, ya sé que a esas alturas os tengo en ascuas, y aún así en vez de elaborar una explicación racional y bien argumentada, a la manera de Aristóteles, salgo por peteneras y me arranco por Sócrates dando un circunloquio mayéutico, o lo que es lo mismo, procedo como los ginecólogos, y extraigo de vuestros uterillos impúberes la pregunta clave, de la que todos conocéis en vuestras propias carnes la respuesta. A cambio de esa cama que significa libertad, y dejando aparte el puto alquiler, aquí va la pregunta:
¿Cual es el peor precio que teneis que pagar? ¿Eh?
-Planchar camisas.
-Pero mujer, no seas hortera, planchar es un arcaísmo, ¿quién plancha hoy día, aparte de Arturo Fernandez y los del Opus?
Vamos, vamos, un poco de esfuerzo mental, que del otro ya lo hacéis y demasiado, responded a la pregunta que os repito con distintas palabras,
¿Qué es lo que más os jode, por usar un lenguaje diplomático, del hecho feliz de tener que vivir solos?
-Cocinar.
Ahí quería llegar yo, y si he tardado demasiados párrafos es por vuestra culpa, porque hoy vais lentos de reflejos. Continúo preguntando:
¿Y por qué es jodido cocinar si se trata de un ejercicio gratificante que intenta satisfacer al más duradero de nuestros sentidos, que es el gusto?
Respuesta fácil. Porque cocinar lleva anexo, terribles hados que juegan con nosotros y siempre ganan, mala puñalada les den, porque cocinar, repito, lleva implícito el tormento más terrible cuando se vive en un piso solo ante el peligro: Lavar los platos.
-¡Un lavavajillas!
-¡Pero mira que eres gilipollas, interrumpir mi bien trabado discurso con esa apostilla que apesta a Hipercor! Los lavajillas están fabricados para la gente que aun desconoce que el mejor destino de los platos es no existir, y ya que existen, no se lavan, y si se lavan, será de tarde en tarde.
Pero claro, si renuncias definitivamente a lavar los platos, si los vas eliminando de tu vida, por el astuto método de tirarlos a la basura conforme se van ensuciando, no por ello resuelves el problema, porque lo peor de lavar los platos no son los platos, sino los cacharros, y por cacharros se entiende esa variada colección de cazos, cacerolas, cacerolillas, sartenes y los numerosos utensilios de cocina que te los han ido encolomando en Ikea un sabado tonto, y como los has comprado los tienes que usar, y como lo has usado, menuda guasa, los tienes que lavar.
-Pues al lavavajillas.
-¿Otra vez esta paliza? Tengo dicho y bien clarito, por cierto, que a mis discursos o sermones paternofiliales no tolero que acudan agentes secretos de las multinacionales del electrodoméstico, pero no hay forma. Pues mira, a ver si te enteras, monín, si el lavavajillas es chungo con los platos, imagínate con los cacharros. Además, ¿sabes lo que te digo? Pareces de Madrid, porque es el único sitio de este país, o mejor dicho, de este mundo, en donde los lavavajillas funcionan con una discreta decencia, y el mérito es la calidad del agua. El resto no tiene esa suerte, y en ese resto incluyo las comarcas mediterráneas como primeras de la lista, porque aquí el agua tiene tanta cal, y quien dice cal, dice salitre, o cloro, o basura de petroleros, o residuos nucleares, por no hablar de la mierda que arrojan los millones de turistas que se tuestan en sus playas, en definitiva, aquí el agua tiene tantas cosas incluidas además de agua, que es imposible que haga su trabajo un puto lavavajillas, si es que en realidad lo sabe hacer, que esa es otra. Así que más te vale que te quedes calladito y no me vuelvas a interrumpir, porque a la próxima, te corto a cachos, te embalo en un blister, te coloco un código de barras, y mañana estás expuesto en el hiper, en la sección de charcutería.
Perdonad la digresión.
Recapitulemos.
Tenéis que convenir conmigo, y no tolero ya ni una sola réplica, que si no cocináis, es por no tener que lavar platos y cacharros, y como no tenéis ni un puto euro para comer fuera, ni siquiera el mísero menú de paletas y moritos, resulta que vais por la vida, queridos niños y niñas, con el frigo que parece un coco, porque dentro solo tiene agua, abriendo latas hasta que se os acaba la pasta, y se acaba pronto, porque las conservas está carísimas, y en conclusión, con más hambre que pepeleches, porque, claro, antes ayunar que dejar el tabaco o el cubata o el porro, faltaría más, hasta ahí podría llegar la broma, y menos mal que teneis que dar gracias al cielo por contar con una tieta previsora que os lo regala en latas de cinco litros, porque ante la ola de total desnutrición que os invade, tan sólo os queda el aceite. Pan con aceite y sal. Desayuno, comida y cena, de lunes a domingo. Pan con aceite y sal. Y en la cocina, entre las pilas de cosas por lavar, decenas de cucudrulus te observan con mirada retadora como diciendo: Acércate si tienes huevos.
¿Por donde iba?
Queridas niñas, y ahora solo digo niñas, porque no creo que los niños hayan tenido paciencia de llegar hasta aquí, exceptuando mi hijo Carlos y como sé que me resiste leyendo, le dedico este discurso a él, mi hijo, mi orgullo, mi mejor fotocopia con todo lo quería haber sido y no fui, el que los tiene como el caballo de Espartero, y digo esto con conocimiento de causa, y no ante la presión hipersensorial de un amigo común, un tal Lumumba, que me está sacando de mí todo este inmenso rollo macabeo.
Queridas niñas. Os lo pongo por pasiva. Si no tuvierais que lavar los platos y cacharros, es más si no tuvierais que entrar en esa mierda de cocina enana porque todos los pisos de alquiler accesible tienen unas cocinas que no cabe un alfiler, entonces, dibujemos un panorama idílico, ¡cómo cambiaría la cosa, ¿a que sí? Podríais comprar en la plaza unas sardinas que siempre están baratas, o unas pechuguitas de pollo, o unos champis, o preparar unos bocatitas calientes, de pan con ajo con york y queso fundido, y no sigo porque veo que se os está haciendo la boca agua, queridas niñas mías, y al decir niñas incluyo a la niña de mis ojos, mi hija Paula, la mujer de mi vida, que ella tampoco se está perdiendo esta infinita digresión, queridas niñas mías, ante esta situación, y dejo de dibujar idilios, teneis que reconocer conmigo que os encontrais ante un dilema que es un auténtico hijo de puta.
Pues vamos a romperle a ese dilema, si no los dos, por lo menos uno de sus cuernos.
Así.
La única solución para que comáis decente y caliente, barato y completo, sin pasar por la cocina y obviando el fregadero, en otras palabras, la única salvación de vuestros estómagos necesitados, la verdad de comer bien no se llama Arguiñano, ni rico rico perejil, no se llama Ferrán Adriá ni la deconstrucción del nabo al puturrú de fuá, la única verdad de todas las verdades que engloba el placer del paladar con la necesidad de una buena digestión se ha llamado, se llama y se llamará.... ¡tachan!
¡RACLETTE!
Mañana, o pasado mañana, o tal vez otro día, os explicaré por qué.
Queridos y amorosos niños y niñas que comprobáis ahora que ya es demasiado tarde, maldición, porque a cambio de esa cama vuestra, solo vuestra y de los que queráis meter en ella, tenéis que apechugar con los daños colaterales, porque esa cama resulta que está en un piso que hay que pagar.
Queridos niños y niñas que habéis sacrificado todo en aras de esa independencia: yo soy yo y mi cama, o mi circunstancia que para el caso da igual.
Queridos niños y niñas, ya sé que a esas alturas os tengo en ascuas, y aún así en vez de elaborar una explicación racional y bien argumentada, a la manera de Aristóteles, salgo por peteneras y me arranco por Sócrates dando un circunloquio mayéutico, o lo que es lo mismo, procedo como los ginecólogos, y extraigo de vuestros uterillos impúberes la pregunta clave, de la que todos conocéis en vuestras propias carnes la respuesta. A cambio de esa cama que significa libertad, y dejando aparte el puto alquiler, aquí va la pregunta:
¿Cual es el peor precio que teneis que pagar? ¿Eh?
-Planchar camisas.
-Pero mujer, no seas hortera, planchar es un arcaísmo, ¿quién plancha hoy día, aparte de Arturo Fernandez y los del Opus?
Vamos, vamos, un poco de esfuerzo mental, que del otro ya lo hacéis y demasiado, responded a la pregunta que os repito con distintas palabras,
¿Qué es lo que más os jode, por usar un lenguaje diplomático, del hecho feliz de tener que vivir solos?
-Cocinar.
Ahí quería llegar yo, y si he tardado demasiados párrafos es por vuestra culpa, porque hoy vais lentos de reflejos. Continúo preguntando:
¿Y por qué es jodido cocinar si se trata de un ejercicio gratificante que intenta satisfacer al más duradero de nuestros sentidos, que es el gusto?
Respuesta fácil. Porque cocinar lleva anexo, terribles hados que juegan con nosotros y siempre ganan, mala puñalada les den, porque cocinar, repito, lleva implícito el tormento más terrible cuando se vive en un piso solo ante el peligro: Lavar los platos.
-¡Un lavavajillas!
-¡Pero mira que eres gilipollas, interrumpir mi bien trabado discurso con esa apostilla que apesta a Hipercor! Los lavajillas están fabricados para la gente que aun desconoce que el mejor destino de los platos es no existir, y ya que existen, no se lavan, y si se lavan, será de tarde en tarde.
Pero claro, si renuncias definitivamente a lavar los platos, si los vas eliminando de tu vida, por el astuto método de tirarlos a la basura conforme se van ensuciando, no por ello resuelves el problema, porque lo peor de lavar los platos no son los platos, sino los cacharros, y por cacharros se entiende esa variada colección de cazos, cacerolas, cacerolillas, sartenes y los numerosos utensilios de cocina que te los han ido encolomando en Ikea un sabado tonto, y como los has comprado los tienes que usar, y como lo has usado, menuda guasa, los tienes que lavar.
-Pues al lavavajillas.
-¿Otra vez esta paliza? Tengo dicho y bien clarito, por cierto, que a mis discursos o sermones paternofiliales no tolero que acudan agentes secretos de las multinacionales del electrodoméstico, pero no hay forma. Pues mira, a ver si te enteras, monín, si el lavavajillas es chungo con los platos, imagínate con los cacharros. Además, ¿sabes lo que te digo? Pareces de Madrid, porque es el único sitio de este país, o mejor dicho, de este mundo, en donde los lavavajillas funcionan con una discreta decencia, y el mérito es la calidad del agua. El resto no tiene esa suerte, y en ese resto incluyo las comarcas mediterráneas como primeras de la lista, porque aquí el agua tiene tanta cal, y quien dice cal, dice salitre, o cloro, o basura de petroleros, o residuos nucleares, por no hablar de la mierda que arrojan los millones de turistas que se tuestan en sus playas, en definitiva, aquí el agua tiene tantas cosas incluidas además de agua, que es imposible que haga su trabajo un puto lavavajillas, si es que en realidad lo sabe hacer, que esa es otra. Así que más te vale que te quedes calladito y no me vuelvas a interrumpir, porque a la próxima, te corto a cachos, te embalo en un blister, te coloco un código de barras, y mañana estás expuesto en el hiper, en la sección de charcutería.
Perdonad la digresión.
Recapitulemos.
Tenéis que convenir conmigo, y no tolero ya ni una sola réplica, que si no cocináis, es por no tener que lavar platos y cacharros, y como no tenéis ni un puto euro para comer fuera, ni siquiera el mísero menú de paletas y moritos, resulta que vais por la vida, queridos niños y niñas, con el frigo que parece un coco, porque dentro solo tiene agua, abriendo latas hasta que se os acaba la pasta, y se acaba pronto, porque las conservas está carísimas, y en conclusión, con más hambre que pepeleches, porque, claro, antes ayunar que dejar el tabaco o el cubata o el porro, faltaría más, hasta ahí podría llegar la broma, y menos mal que teneis que dar gracias al cielo por contar con una tieta previsora que os lo regala en latas de cinco litros, porque ante la ola de total desnutrición que os invade, tan sólo os queda el aceite. Pan con aceite y sal. Desayuno, comida y cena, de lunes a domingo. Pan con aceite y sal. Y en la cocina, entre las pilas de cosas por lavar, decenas de cucudrulus te observan con mirada retadora como diciendo: Acércate si tienes huevos.
¿Por donde iba?
Queridas niñas, y ahora solo digo niñas, porque no creo que los niños hayan tenido paciencia de llegar hasta aquí, exceptuando mi hijo Carlos y como sé que me resiste leyendo, le dedico este discurso a él, mi hijo, mi orgullo, mi mejor fotocopia con todo lo quería haber sido y no fui, el que los tiene como el caballo de Espartero, y digo esto con conocimiento de causa, y no ante la presión hipersensorial de un amigo común, un tal Lumumba, que me está sacando de mí todo este inmenso rollo macabeo.
Queridas niñas. Os lo pongo por pasiva. Si no tuvierais que lavar los platos y cacharros, es más si no tuvierais que entrar en esa mierda de cocina enana porque todos los pisos de alquiler accesible tienen unas cocinas que no cabe un alfiler, entonces, dibujemos un panorama idílico, ¡cómo cambiaría la cosa, ¿a que sí? Podríais comprar en la plaza unas sardinas que siempre están baratas, o unas pechuguitas de pollo, o unos champis, o preparar unos bocatitas calientes, de pan con ajo con york y queso fundido, y no sigo porque veo que se os está haciendo la boca agua, queridas niñas mías, y al decir niñas incluyo a la niña de mis ojos, mi hija Paula, la mujer de mi vida, que ella tampoco se está perdiendo esta infinita digresión, queridas niñas mías, ante esta situación, y dejo de dibujar idilios, teneis que reconocer conmigo que os encontrais ante un dilema que es un auténtico hijo de puta.
Pues vamos a romperle a ese dilema, si no los dos, por lo menos uno de sus cuernos.
Así.
La única solución para que comáis decente y caliente, barato y completo, sin pasar por la cocina y obviando el fregadero, en otras palabras, la única salvación de vuestros estómagos necesitados, la verdad de comer bien no se llama Arguiñano, ni rico rico perejil, no se llama Ferrán Adriá ni la deconstrucción del nabo al puturrú de fuá, la única verdad de todas las verdades que engloba el placer del paladar con la necesidad de una buena digestión se ha llamado, se llama y se llamará.... ¡tachan!
¡RACLETTE!
Mañana, o pasado mañana, o tal vez otro día, os explicaré por qué.
0 comentarios