Tengo mono
El mundo es raro, aunque sea redondo y achatado por los polos.
El mundo es raro, y yo lo soy más.
¡Que me estoy encontrando a gusto en mi madrileision, hijos míos!
¡Que ayer martes estaba hasta el moño, en la redacción de Barcelona, se me habían quitado hasta las ganas de gritar, y eso en mí, es un mal síntoma!
Hoy, sin embargo, desde la redacción madrileña, en esta primavera de castellana vieja, levanto la cabeza y veo gente que me sonríe y que, los creo, los creo, me habían echado en falta estos dos días. El cariño, el puñetero cariño es un mal consejero. Y que conste, os lo juro, que no me estoy refiriendo a la sonrisa de Sonia, a la mirada de Irene, o a la marcha de Almudena. Vosotros, os lo juro por vuestro padre que soy yo, sabéis de sobra que no me muevo por esas cosas. En este páramo de las afueras, la Villa y Corte y su megalomanía quedan muy lejos, he descubierto un par de barrios más o menos decentes, una sala de minicines potable, cuatro librerías bien nutridas, y, cosa fina, en el restaurante del hotel, el cocinero que es de Aranda me mima como a un colega, y la camarera, Paloma, me trata con cariño de sobrina adoptiva.
Ahora que faltan pocos días para mi vuelta a casa, me he dejado invadir por la nostalgia. Puede que padezca una variante del síndrome de Estocolmo, pero si no me averiguo, que me lo averiguaré, un sistemilla para poder volver un día a la semana, los miércoles, por ejemplo, me parece que tendré problemas serios. Tiene gracia la cosa. Hace tres meses que dejé de fumar, y Madrid se ha convertido en mi nueva nicotina. Ahora ya sé de qué va la cosa, esto no es una ciudad, es una droga, y de ahí el mensaje de advertencia que le colocaron como si fuese un paquete de tabaco:"Madrid me mata".
El mundo es raro, y yo lo soy más.
¡Que me estoy encontrando a gusto en mi madrileision, hijos míos!
¡Que ayer martes estaba hasta el moño, en la redacción de Barcelona, se me habían quitado hasta las ganas de gritar, y eso en mí, es un mal síntoma!
Hoy, sin embargo, desde la redacción madrileña, en esta primavera de castellana vieja, levanto la cabeza y veo gente que me sonríe y que, los creo, los creo, me habían echado en falta estos dos días. El cariño, el puñetero cariño es un mal consejero. Y que conste, os lo juro, que no me estoy refiriendo a la sonrisa de Sonia, a la mirada de Irene, o a la marcha de Almudena. Vosotros, os lo juro por vuestro padre que soy yo, sabéis de sobra que no me muevo por esas cosas. En este páramo de las afueras, la Villa y Corte y su megalomanía quedan muy lejos, he descubierto un par de barrios más o menos decentes, una sala de minicines potable, cuatro librerías bien nutridas, y, cosa fina, en el restaurante del hotel, el cocinero que es de Aranda me mima como a un colega, y la camarera, Paloma, me trata con cariño de sobrina adoptiva.
Ahora que faltan pocos días para mi vuelta a casa, me he dejado invadir por la nostalgia. Puede que padezca una variante del síndrome de Estocolmo, pero si no me averiguo, que me lo averiguaré, un sistemilla para poder volver un día a la semana, los miércoles, por ejemplo, me parece que tendré problemas serios. Tiene gracia la cosa. Hace tres meses que dejé de fumar, y Madrid se ha convertido en mi nueva nicotina. Ahora ya sé de qué va la cosa, esto no es una ciudad, es una droga, y de ahí el mensaje de advertencia que le colocaron como si fuese un paquete de tabaco:"Madrid me mata".
4 comentarios
rua -
Iced -
arantza -
Carlos -