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los viejos rockeros nunca mueren

los viejos rockeros nunca mueren Para la gente de mi quinta, “Le Nouvel Observateur” fue una ventana abierta al aire libre, en una nefasta época en que la libertad brillaba por su ausencia, y todo lo que valía la pena, sucedía más allá de los Pirineos. Uno de los atractivos de mi marcha de Andalucía y mi llegada a Barcelona, fue la proximidad de la frontera francesa. Viajes a Perpignán, a empaparnos de todo el cine francés prohibido en España que podíamos ver en un día, asalto a los quioscos de prensa con idéntica voracidad que una fanática de los grandes almacenes el primer día de las rebajas, para regresar con el placer de llevar en el brazo el último número de Le Nouvel Observateur, con la confianza de que, gracias a la incultura del aduanero, consiguiéramos cruzar la frontera con nuestra preciada joya. Y ya en casa, lectura y relectura de las firmas, algunas de ellas míticas, y muy especialmente la de su fundador, Jean Daniel. A los 84 años le han otorgado, con todo merecimiento, el Premio Príncipe de Asturias 2004 de Comunicación y Humanidades. En esta mañana asturiana, desde Oviedo, que es una ciudad para ser paseada incansablemente, me llegan ecos de aquellos tiempos en que respirar la brisa fresca de periodistas como Jean Daniel era la receta oculta para sobrevivir en el periodismo de entonces, invadido por censores implacables, propagandistas de oficio, aduladores de cámara y comisarios políticos. Hoy en otro siglo, otro ambiente y otro ámbito, también sigue vigente su mensaje, y muy especialmente cuando desde su implacable lucidez, analiza el problema actual que sacude a eso que llaman periodismo y apenas concibo esa razón. “El informador fue desplazado por el comunicador y por un consumidor-televidente que a su vez suprimió al ciudadano”. Chapeau, maestro.

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