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Lumumba. (Tercera parte. La genialidad)

Lumumba. (Tercera parte. La genialidad) El médico se lo había dicho alto y claro: nada de humos. Sus pulmones no podían aguantar tantos y años en los que se lo había fumado todo. Se lo tomó mejor incluso de lo que pensaba. Aguantó perfectamente el síndrome de abstinencia de la nicotina. Pero echaba de menos aquellas tardes de fin de semana, que aprovechaba para viajar por utopías, nubes y sonrisas, bien acompañado de la hermana María, cuyos humos lo envolvían como una amante fiel, segura, constante y puntual. También tendría que decirle adiós a ella, desgraciadamente. Pero alguien le dio una idea: Si no puedes fumártela, cómetela. Se documentó sobre el particular, aprendió por ejemplo que el principio activo de la planta es liposoluble. Había que disolverla con grasas, como la mantequilla, de ahí la afición a confeccionar pastelitos con ella. Pero él no pensaba en comida, pensaba en bebida. Hasta que se hizo la luz, y aquel viejo y olvidado Lumumba renació poderosamente de sus cenizas, aunque ha cambiado algo de look, ahora se parece más a Bob Marley que a un revolucionario africano.
Receta: Calentar a fuego lento un vaso de cacaolat con una cucharada de azúcar. Desmenuzar la planta, la misma dosis que antes se fumaba, y darle un par de hervores sin dejar de remover. Colar el cacaolat ya reforzado y echarlo en un vaso largo con abundante hielo al que se le añade un generoso chorro de brandy jerezano.
El resultado es un puntito muy saleroso. Más suave y menos instantáneo que en la forma tradicional de ligar con María, pero mucho más largo y continuado. Es un cuelge Duracell, que dura y dura y dura.
Y mientras tanto, el pobre Lumumba, mirándonos con envidia desde su cielo comunista.

2 comentarios

pau -

Eso es saber enciclopédico. Sí señor. Olé.

ju4nm4 -

Moraleja: Hay que seguir sus artículos hasta el final, no tienen desperdicio, jajaj.